Tríptico místico - I - Penumbra

TRÍPTICO MÍSTICO
- I –
Penumbra

(Darío Herrera)

Fue una tarde ya lejana. Yo leía el bello opúsculo
De la vida desolada de aquel trágico cantor,
cuyas rimas son tan tristes como el pálido crepúsculo
con que inicia sus inviernos el hastío del amor.

Y ante el piano ella sentada, con sus manos cual dos lirios
los armónicos marfiles agitaba sin cesar,
y una música surgía que evocaba los martirios
del que viaja por los yermos hiperbóreos del pesar.

En la calle resonaban, como insólito sarcasmo,
las canciones bulliciosas del alegre carnaval,
y sus ecos se apagaban en el tétrico marasmo
que envolvía nuestras almas en su atmósfera glacial.

Sus cabellos descendían, simulando fúnebre ala,
a su talle doblegado como el tronco de un saúz,
mientras iban envolviéndola, extendidos por la sala,
los inciertos, misteriosos estertores de la luz.

De las torres se elevaba la plegaria de los bronces
cual un ruego del crepúsculo al espíritu de Dios. . .
Se miraron a distancia nuestros ojos, y hubo entonces
mil presagios de amarguras en los ojos de los dos. . .

Calló el piano. Lentamente avanzó ella por la alfombra. . .
Ya la noche la envolvía en la seda de su tul,
y su rostro, hermoso y pálido, emergía de la sombra
como un astro solitario de lo obscuro del azul.

En mi hombro reclinóse blandamente su cabeza. . .
Nuestros labios se juntaron en un beso sin rumor. . .
Y en el beso aquel pusimos toda la íntima tristeza,
todo el duelo de presagios que enlutaba nuestro amor. . .

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