Darío Herrera
Tríptico místico - II - Umbra
En el crepúsculo vespertino,
en el crepúsculo allá a los lejos,
de las campanas llegaba el Angelus
en notas tristes como plegarias de los enfermos.
En las persianas
zumbaba el cierzo.
Tenaz la lluvia
borbollonaba sobre los techos;
y acá, en su alcoba,
en la blancura virgen del lecho,
entre las pompas de la mortaja,
estaba inmóvil, glacial, su cuerpo!
Sobre su frente palidecida,
y en lo sombrío de su cabello,
los cuatro cirios ponían un nimbo,
extraño nimbo que titilaba con livideces de fatuo-fuego. . .
Clavado al muro,
en lo solemne de aquel silencio,
ebúrneo Cristo se retorcía,
sangrante y mustio como un emblema del sufrimiento.
Yo lo miraba
cerca, muy cerca del níveo lecho,
mientras mi mano cálida, trémula,
cogía la suya, rígida y fría como de hielo. . .
sobre su rostro,
lirio marchito por el invierno,
de mis tristezas vertí las lágrimas,
de mi congoja cayó el aliento!
Súbitamente
sus dos pupilas -soles difuntos- resplandecieron;
a su semblante
le dio la Vida su lustre bello,
y así sus labios,
cual en un ruego,
“¡Nunca me olvides!”, me sollozaron,
“¡Nunca me olvides!”, me repitieron. . .
Y entre las pompas de la mortaja,
en la blancura virgen del lecho,
callada exangüe,
glacial, inmóvil quedose luego,
mientras el Angelus de la campanas
iba extinguiéndose, allá a lo lejos,
en notas tristes como plegarias,
como plegarias de los enfermos;
en las persianas tenaz zumbaba,
zumbaba el cierzo,
y –ya al principio de aquella noche-
siguió la lluvia borbollonando sobre los techos!. . .
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