Héctor Canales - Apariciones (cuento)

¡Si supieran qué miedo puede tener
un fantasma de los hombres!...
 
T.S. ELLIOT

     Una noche salí a dar un paseo por el bosque. Sumido en mis pensamientos, sin darme cuenta me alejé demasiado y al intentar regresar no supe cómo hacerlo. Era tan densa la obscuridad que no podía distinguir nada que pudiera orientarme. Caminé sin rumbo, tropezando a cada paso; los arbustos me desgarraban la ropa y la piel pero yo no sentía ningún dolor, seguía adelante, desesperado. El miedo se apoderó de mí y de pronto me sentí corriendo como un poseído, ni una luz, ni un edificio, nada que me indicara como llegar al caserío.

Habíamos llegado dos días antes a aquel poblado y nos hospedábamos en la casa de unos parientes a la orilla del bosque. Ahí mismo, en las conversaciones que sostuvimos después de la cena, me habían advertido del riesgo que corría todo aquel que se atreviera a penetrar de noche en el bosque. Recordaba aún, algunos fragmentos de aquellas historias de fantasmas, brujas y demonios.
 

     Continué mi desenfrenada carrera, imaginando que era perseguido por una legión de seres de ultratumba. De pronto, distinguí a lo lejos el resplandor de una hoguera y hacia allá encaminé mis pasos. Al acercarme escuché voces y risas, sólo entonces me detuve para recuperar un poco el aliento y la calma.
 

     Penetró en mi cerebro como un relámpago, al acercarme, la idea de que aquello fuera una reunión de brujas en medio del bosque, o en el mejor de los casos, una partida de ladrones y asesinos. Pero aquella luz significaba la posibilidad de encontrar el camino de regreso, y me atraía con una fuerza irresistible.
 

     Llegué hasta la orilla de aquel claro del bosque sin hacer ruido. Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, me di cuenta de que mis temores eran infundados. Al parecer, aquel era un grupo de campesinos que se disponían a pernoctar en ese lugar. Desechando de mí los últimos vestigios de temor, me acerqué a ellos.
 

     —¡Buenas noches! —dije en voz alta, dirigiéndome a todos. 
     
    —¡Buenas noches! —contestaron algunos sin descuidar lo que estaban haciendo, parecía no haberles turbado lo más mínimo mi presencia.
 

     —¿Alguno de ustedes podría indicarme cómo llegar al pueblo?
 

     Entonces todos se volvieron a mirarme, extrañados. Uno de ellos, el que parecía más viejo, separándose del grupo se acercó a mí.
 

     —¿Y para qué deseas ir al pueblo? —dijo, mirándome fijamente a los ojos.
 

     —Es que… me he extraviado y… en casa deben estar preocupados por mi tardanza y… pensé que tal vez… ustedes podrían…
 

Foto de www.linkmesh.com
     Callé, al ver que el viejo abría desmesuradamente los ojos y, blanco de miedo, preguntó balbuceante:

     —¿En… tonces es… es… tas vi… vivo?
 

     Los demás, al escucharlo se quedaron inmóviles, pendientes de mi respuesta.
     
     —¡Claro que sí! —contesté extrañado— ¡Claro que estoy vivo! Entonces al viejo se le pusieron los pelos de punta, e inmediatamente todos desaparecieron.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Gracias por comentar